domingo, 17 de agosto de 2008

el dolor rompe el tiempo


En la soledad de mi estudio, escucho el quinteto de Schumann para cuerdas y piano que tanto amabas. Cómo comprendías que aquel entrañable, melancólico y desdichado músico enloqueciera, y se arrojara al Rhin.

Se te iluminaba la cara cuando hablabas de él, de su familia y de su historia, a la que siempre volvías, como si lo extrañaras o te ayudara a vivir. Admirabas en Schumann su genio musical desbordante de poesía y ternura y te conmovía el amor de Clara. Ella lo acompañó, lo sostuvo y lo protegió. Y, a su muerte, fue ella la que más ayudó a divulgar su obra, y a que se lo valorara en el mundo entero.

Me vienen a la memoria las tardes que pasábamos conversando con Mario y con vos sobre innumerables temas, para terminar, muy a menudo, hablando de música. Coincidíamos en que Brahmns era uno de los supremos, y desde luego Beethoven y Bach. Y el grande y maravilloso Schubert, que nunca llegó a escuchar sus últimos quintetos.

Dios mío ¿dónde estás? Si estás en ellos. ¡qué triste debés de ser también vos, qué melancólico!

Te estoy viendo, Jorge, sentado al piano sobre un taburete, tocando a cuatro manos con Matilde aquellas conmovedoras obras que nos ayudan a sobrellevar la condición humana.


Ernesto Sábato
Antes del Fin (fragmento).

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