miércoles, 27 de febrero de 2008

Inland Empire: paroxismo para amar.


Una película cumple demasiadas funciones. Desde terapia sanadora de males hasta lo contrario. Hechas para amar con más intensidad ciertas abstracciones, y para repudiar algunos criterios propios. Uno aprende a formar, de cierto modo, una ética cinéfila. Suena extraño, y lo es. Pero podría ser. Basta con pensarlo: en la pantalla ocurren determinadas acciones que arrastran otras y estas preceden relaciones humanas que se van acercando o inevitablemente alejando. Las polarizaciones pueden agobiar, o desarrollarse de la forma más ambigua posible. Depende de tantas cosas. Pero no hay que engañarse con estas pseudo lecciones de vida. Es una ficción, caprichosa y fundida en intereses estéticos. Y comerciales, obvio. Y así, como pequeños dioses, uno puede ir apuntando con el dedo lo que vale la pena y no, lo que logra lo que quiere lograr o se queda en la idea, lo que visualmente es hermoso y lo que grotescamente o violentamente también lo es. Hay tanto para decir. Yo estoy convencido que uno es lo que lee. Pero más, aún más, uno es lo que ve. Te delatas y condenas por tus películas favoritas. Hay cine para ateos y para fascistas.

Esta crítica, descriptiva y debatible, pero no por eso menos idónea, apunta a una de esas películas hechas para amenazar los conceptos del cine y trastocar la ética cinéfila. David Lynch nos propone esta imposible cinta que doblega, ya maduramente, la modernidad nauseabunda de Hollywood.

Muy recomendable, para escuchar que dice la gente. después.
Eso es absolutamente lyncheano.


Imperio del (des)concierto
Por Ana Rodríguez García
de Cinestrenos.com


A David Lynch le encanta jugar al desconcierto más absoluto. Tanto es así que esta sensación se ha convertido en su impronta característica desde los orígenes de su producción fílmica. No es raro ver cómo en las proyecciones de sus películas los espectadores se revuelven en sus asientos, inquietos por descifrar un código simbólico que generalmente termina por escapar al entendimiento de la mayoría. La aparente ausencia de sentido en el argumento de Inland Empire provocará seguramente la carcajada nerviosa del público en algunos momentos, dominados por imágenes de un surrealismo a menudo hilarante. Pero tampoco resultará extraño escuchar algún que otro ronquido, fruto de la excesiva duración de la película. Tres horas de metraje son demasiadas, incluso para sus incondicionales.


La simbología subyacente en la particular iconografía de este autor nos remite una y otra vez a su propia obra. Y es que este ególatra inconfeso no cesa de autohomenajearse.



Detrás de las cortinas rojas que en "Twin Peaks" dan acceso al agente Cooper directamente a sus ensoñaciones visionarias se ocultan los mismos elementos oscuros, borrosos, que atormentan la mente del psicótico Fred Madison en Carretera Perdida (Lost Highway). También en Inland Empire aparecen, y no de forma gratuita. Iluminación forzadamente dramática, luces que focalizan la escena dándole aspecto de un escenario teatral, códigos de colores (rosa, azul, rojo), personajes deformados como esperpentos, incapaces de reconocerse a sí mismos o a los que los rodean. Nada es gratuito para David Lynch, cada elemento sugiere algo, por absurdo o aleatorio que pueda parecer, se corresponde con un espacio cuidadosamente planificado en el guión para la consecución de su propósito: jugar al desconcierto mejor orquestado.


Hollywood es otro de sus recurrentes telones de fondo, lugar mítico que se nutre de rumores que circulan de boca en boca. Hollywood, dorada meca del cine, “where dreams make stars and stars make dreams”. Sueños que a lo largo de la narración degeneran en pesadillas claustrofóbicas. Al menos para una permanentemente boquiabierta Laura Dern, que si en Corazón Salvaje (Wild at Heart) hacía las veces de Dorothy en una peculiar road movie hacia Oz, aquí interpreta a una alienada Alicia que atraviesa puertas que la conducen, si no al país de las maravillas, a través de diferentes lugares, momentos o planos de realidad. Uno de ellos es el remake de una película inacabada que el personaje de Jeremy Irons, el director Kingsley Steward, está empeñado en realizar con la estrella de cine Nikki Grace como protagonista, personaje que encarna una espléndida Laura Dern.


Aquella película maldita, titulada Inland Empire, estaba basada en un cuento gitano-polaco, una historia de celos enfermizos, de maridos enloquecidos por la (in)fidelidad de sus esposas (recurrente también en su obra el poder destructivo de la sexualidad femenina). Este cuento sirve a su vez como plataforma para una de las otras dimensiones de realidad simultáneas de las que antes hablábamos, con sucesivos saltos espaciotemporales en los que intervienen todos los personajes.



Lynch se recrea en la utilización de éstos y otros símbolos que conforman uno de los universos narrativos más reconocibles del cine contemporáneo para, basándose en el código interpretativo más clásico del lenguaje cinematográfico, conducir al espectador a su antojo por una trama que se escapa de la lógica convencional. Le confunde hasta que éste tira la toalla y se rinde sin concesiones ante el maestro de la manipulación.


Sin embargo, sus trucos de ilusionista para recrear los laberínticos entresijos de la oscura mente humana que tanto lo obsesionan ya no resultan tan efectivos como lo fueron antaño, en Carretera Perdida o en la reciente Mullholland Drive de manera aún más provocadora si cabe. Es en este último filme donde la trama desaparece de forma más abrupta y se hace perceptible a qué juega el realizador, más interesado aquí por la forma de lo que cuenta que por lo que realmente ocurre en la pantalla.


Mención especial merece la fabulosa e inquietante aparición de Grace Zabriskie (inolvidable como madre de la malograda Laura Palmer) en la secuencia inicial, cuya mirada contribuye a acrecentar la sensación de opaco extrañamiento que caracteriza la película desde los primeros fotogramas.



INLAND EMPIRE

Dirección y guión: David Lynch. Países: USA, Polonia y Francia. Año: 2006. Duración: 178 min. Género: Drama, suspense. Interpretación: Laura Dern (Nikki Grace/Susan Blue), Jeremy Irons (Kingsley Stewart), Justin Theroux (Devon Berk/Billy Side), Harry Dean Stanton (Freddie Howard), William H. Macy (anunciador), Jan Hench (Janek), Bellina Logan (Linda), Amanda Foreman (Tracy), Diane Ladd (Marilyn Levens), Kristen Kerr (Lori), Julia Ormond (Doris Side). Producción: David Lynch y Mary Sweeney. Fotografía: Odd-Geir Saether. Montaje: David Lynch. Dirección artística: Christina Wilson y Wojciech Wolniak.


1 comentarios:

Nelson, un habitante del patio dijo...

Yo soy un entusiasta del cine de Lynch, pero debo reconocer que INLAND EMPIRE no me hizo "click" , por decirlo, de algun modo.
Es una película extraña, compleja, quizás demasiado "Lynchiana" para mi gusto.
Buen blog.
Saludos,