domingo, 18 de noviembre de 2007

nadar solo.

De la revista argentina de cine El Amante, versión virtual

Crítica realizada por Santiago García.

El protagonista de Nadar solo está solo. Este adolescente de un barrio de clase media de Buenos Aires recorre las calles de la ciudad, que son siempre las mismas, que son pocas y se repiten; calles donde los detalles más pequeños parecen conspirar para que la vida se vuelva cada vez más ajena y más compleja. Nadie mostró Buenos Aires de esa forma: como una pequeña cárcel asordinada, un lugar donde no se precisa un encierro real para quedar recluidos. Martín tiene 17 años y es un estudiante de colegio privado abandonado al desastre académico. Para él y para su compañero y amigo, el estudio es incomprensible, y no hablamos de contenidos, sino del sentido general de ir a un determinado sitio para tomar clases. No hay comunicación entre el mundo y Martín, como tampoco la hay entre él y su familia. Sus hermanos, único refugio posible para muchos adolescentes, tampoco lo ayudan. La hermana ha cerrado sus puertas a cualquier tipo de afecto y su hermano mayor no está. Esa ausencia es un tema para Martín, quien sale a buscarlo como si de ese modo pudiera encontrar una respuesta.

Nadar solo presenta un rigor estético absoluto. Es prolija, pero es mucho más que eso. No despliega virtuosismos inútiles, pero tampoco llega a ser clasicista. Elige un tono y lo mantiene con convicción, y ese tono se ve beneficiado por cierto anacronismo en el mundo del protagonista, que lo ubica en un tiempo que es el presente pero que también refiere a la década pasada, y que los espectadores argentinos percibirán fácilmente. Ese anacronismo juega a favor al film, lo aleja de demagogias coyunturales para atraer a los espectadores actuales.

Pero Nadar solo, como también lo hace otra película argentina reciente, Ana y los otros, de Celina Murga, apuesta por algo más que no todos los films de la nueva generación han logrado o al menos han buscado. Nadar solo se lanza de forma pudorosa hacia las emociones, y Ezequiel Acuña lo consigue sin golpes bajos ni picos dramáticos. No hay en nuestra cinematografía otra película con un joven como Martín. En el cine clásico argentino, los jóvenes solían ser representados por adultos o por jóvenes que actuaban como adultos. En las generaciones posteriores a la desaparición de los estudios, surgieron nuevos tipos de jóvenes, pero expresaban de forma demasiado obvia y verbal las ideas de los directores. Nadar solo muestra algo completamente nuevo en la medida en que el personaje es auténtico y creíble. Es como es, y lo único que sabemos del realizador es que siente un gran cariño por este chico de 17 años. Ese amor por el personaje termina de cristalizarse cuando Martín viaja a la ciudad balnearia por excelencia en Argentina (y fundamental en la historia de nuestro cine): Mar del Plata. Allí, Acuña abre su corazón para que Martín encuentre no sólo algo sino también a alguien. En Cazador blanco, corazón negro, Clint Eastwood decía: "Los realizadores somos dioses, decidimos quién vive y quién muere al final de cada acto". Acuña es un dios bueno y generoso. Y también es un gran realizador.

Nadar Solo.

Argentina, 2003. 102'. 35mm. Color. dirección Ezequiel Acuña. guión Ezequiel Acuña y Alberto Rojas Apel. producción Diego Dubcovsky, Daniel Burman, Ezequiel Acuña. fotografía Octavio Lovisolo. dirección de arte Josefina Azulay. montaje Sergio Flamminio. sonido Javier Farina. música Marcelo Ezquiaga. intérpretes Nicolás Mateo, Santiago Pedrero, Antonella Costa, Tomás Fonzi, Manuelo Callau, Mónica Galán

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